Las relaciones entre hombres y mujeres han pasado por el tamiz de la educación y la
socialización. Y el resultado no es siempre satisfactorio. De una educación
excesivamente contenida nace la vergüenza, los prejuicios y la represión sexual. Y con
este panorama... ¿quién puede disfrutar del sexo?
A pesar de la abundante información, a pesar de los esfuerzos por normalizar la
sexualidad y convertirla en una fuente de placer, a pesar de la ardua tarea de
erradicar la asociación entre sexo y pecado... los sentimientos de rechazo hacia ciertas
actitudes y comportamientos sexuales perduran.
Y... ¿qué sucede si la única opción válida para una pareja es el sexo más clásico? Si
cres en la virginidad antes del matrimonio, si apuestas continuamente por la postura
del misionero, si rechazáras cualquier opción sexual que no tenga como finalidad la
procreación... ¿qué sucede? Si ésta es vuestra opción meditada y a ambos se convence y
se satisface, no existe ningún problema. El remordimiento no debe acompañar jamás al
sexo. Evidentemente, las cosas cambian si la decisión de ahuyentar la imaginación y la
innovación de vuestra vida sexual es consecuencia de una educación que nos ha cortado
las alas.
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